Comentario
El territorio burgalés que constituía la Diócesis, a excepción de la zona de la Montaña propiamente dicha, no de los puertos cantábricos, vive durante el siglo XVI una larga etapa de plenitud visible en todos los aspectos. La arquitectura religiosa de este tiempo es un fiel testimonio de esa prosperidad temporal y pujanza espiritual. Todos los pueblos se empeñan en la tarea de renovar sus viejos templos, construyendo otro en lugar del anterior, como hacen los feligreses de Villahoz, Rubena, Sedano, Padilla de Abajo, Santa María Rivarredonda..., o ampliándolo mediante la sustitución de algunas partes que quedan unidas a otras partes de la iglesia anterior generalmente románica, de la que conservan el ábside -iglesias de Castrillo Solarana, San Juan de Castrojeriz, Hermosilla, Arlanzón, Oquillas... -, la portada -iglesias de Miñón, Madrigalejo, Hormaza... - o la práctica totalidad del edificio románico al que se añade una nueva cabecera, según vemos en la iglesia de Moradillo de Sedano.
En estas actuaciones se manifiesta una conducta rica en matices en la que se unen la necesidad de contar con un templo más grande, capaz de acoger a la totalidad de la creciente población, y al mismo tiempo -y no se trata de un motivo secundario - de un edificio de mayor categoría que exprese adecuadamente la de los que lo construyen. Pero, ante todo, en estas actuaciones se manifiesta un claro sentido del -tiempo histórico en su totalidad: el del presente, en las nuevas construcciones y, el del pasado, en el respeto mostrado al conservar aquellas partes del viejo templo que destacan por su valor estético. La fusión de tradición y modernidad, total o parcialmente, es la característica más visible de la arquitectura religiosa del siglo XVI.
Todos los factores señalados, actuando en feliz conjunción, explican la importancia de las construcciones religiosas del momento. Esto, unido a la extensión que alcanza, convierte este período en uno de los culminantes de la historia de la arquitectura burgalesa, sin duda el más importante junto con la etapa románica, sobre todo si se considera la duración temporal y la difusión que alcanza, que se extiende a todo el vasto territorio diocesano.
Considerado con absoluto rigor, basando el juicio en la capacidad de creación y brillantez de las soluciones, no hay duda de que el período estelar de la arquitectura burgalesa es el que se desarrolla en el corto tiempo que media entre los años 1448, comienzo de la construcción de las agujas de las torres catedralicias por Juan de Colonia, y el año 1490, en que estaba prácticamente terminada la capilla del Condestable, también en la catedral, obra de Simón de Colonia. Breve período que se completa con la construcción de las capillas de la Visitación y de Santa Ana, igualmente en la catedral, la Cartuja de Miraflores, la iglesia de San Nicolás y, en lo civil, la Casa del Cordón. Período que, aun cuando no pertenece cronológicamente a este estudio, es imprescindible recordar, ya que de él y, ante todo, del nuevo concepto espacial o, mejor, de la maduración del nuevo concepto espacial nace la arquitectura religiosa del siglo XVI.
En la capilla del Condestable su autor, Simón de Colonia, desarrolla con plena madurez el concepto de espacio de ámbito único que constituye uno de los aspectos que mayor fecundidad tendrán en el siglo XVI en tierras burgalesas. En este punto es obligado recordar el antecedente que constituye la capilla de Santa Catalina, en el claustro de la catedral, construcción del siglo XIV, en la que ya aparece con evidente claridad el espacio de ámbito único. Un adecuado estudio de esta capilla, cuyo sentido espacial aparece igualmente en otros lugares antes de que Simón de Colonia proyectara la capilla del Condestable, acaso nos aclarara lo que, de verdad, hay de tradición y de novedad en el espacio de ámbito único madurado; nos referimos exclusivamente a Burgos, a fines del siglo XV y divulgado durante la centuria siguiente.
De momento, en relación con el tema que tratamos, lo importante es que durante el siglo XVI burgalés, una vez más vemos que no se crean tipos arquitectónicos originales, sino que la actividad se basa en la adaptación y, en casos, maduración de los anteriores. Pero, eso sí, con una riqueza que en algunos casos llega hasta la ostentación en las variantes que se introducen en aspectos secundarios, meramente formales, que no superan el carácter funcional de lo decorativo pero que, precisamente por ello, son las más visibles y los que mejor muestran el proceso evolutivo y el de la fusión o simple mezcla de los elementos tradicionales -góticos- y los modernos tomados del Renacimiento italiano.
Formas que, al margen de su mayor o menor presencia e incidencia en las distintas etapas que partiendo de ellas pueden establecerse, hacen que, por unos autores, se hable de arquitectura gótica del siglo XVI; en tanto que por parte de otros -entre los que me cuento- se piense en una arquitectura de concepto espacial renacentista que se define a través de formas góticas en sus cubiertas, en las bóvedas, -góticas, que no ojivales, y sólo en el diseño de sus ricas tracerías meramente decorativas- y renacentistas en sus soportes y vanos, que son los lugares donde mejor se aprecia el avance de lo renacentista.
En los soportes encontramos la más clara lectura de un proceso evolutivo que nos lleva desde el pilar con rica molduración en la que se prolongan, sin interrupción, las nervaduras de las bóvedas, propio de las primeras décadas del siglo, con magnífico ejemplo en la iglesia de San Juan de Castrojeriz; pasando por el liso pilar cilíndrico, con o sin molduración a modo de capitel, en el que intestan, se embeben, los nervios de las bóvedas, característico del segundo tercio del siglo XVI, del que se pasa al empleo del pilar con pilastras adosadas, formando cuatro caras, rematado por un faja capitel de orden toscano dórico, vigente durante el último tercio de la centuria, como muestra de un mayor avance del clasicismo renacentista que, como carácter peculiar de algunos autores, especialmente los relacionados con el maestro Juan de la Puente, se enriquece con retropilastras y, en los capiteles, con una singular decoración a base de gotas o lagrimones.
Los dos tipos más característicos de la arquitectura religiosa responden al mismo concepto espacial que, según hemos señalado, es el llamado de ámbito único, si bien se manifiestan en dos formas distintas: la capilla funeraria y la iglesia de planta de salón. Para la primera el punto de arranque se encuentra en la capilla del Condestable, en la catedral, en tanto que para la segunda, no existen antecedentes en Burgos, se trata de un modelo importado.